domingo, 22 de agosto de 2010

El Gran Hermano, el caso Fabricio Correa y la sospecha de tongo


Rubén Darío Buitrón. Editor de Información
rdbuitron@elcomercio.com
Análisis.-
Fabricio Correa “tiene toda la libertad de pasearse y decir lo que le da la gana” porque “nadie lo persigue”. ¿Qué quiere decir con eso el periodista Juan Carlos Calderón? Que el caso Fabricio Correa, denunciado por Diario Expreso en junio del 2009, no tuvo real efecto en quienes debían actuar: las autoridades judiciales.
En aquella fecha, Calderón era editor general de Expreso y dirigió la investigación “Fabricio Correa, el holding”, con los periodistas Christian Zurita, María Elena Arellano y Mario Avilés.
La serie, de cinco entregas y que acaba de ganar el premio nacional de periodismo Jorge Mantilla Ortega, convocado por diario EL COMERCIO, reveló que los contratos firmados entre el Estado y el hermano del Presidente habrían generado un prejuicio de USD 80 millones para el Fisco, aunque la Contraloría del Estado estimó que pudieran haber sido unos USD 167 millones.

Nada de lo que denunció Expreso ha sido desmentido. Pero los autores de la investigación, convertida ahora en el libro ‘El Gran Hermano’ (escrito por Calderón y Christian Zurita) temen que las revelaciones periodísticas se diluyan entre los dedos de una justicia que no actúa.
Una cita del libro parece ratificar ese temor: “Desgraciadamente nuestras leyes permiten ese disfraz, esa mascarada para evitar el control. Eso sucede con muchas empresas, con muchos medios' Inclusive los curas compraron bienes del Filanbanco, los pases de los jugadores son comprados con prestanombres. ¿Se sabe quiénes son los dueños de la deuda externa? Se dice que son muchos ecuatorianos. Es un mal general” (página 340).
Son reflexiones de Washington Pesántez, fiscal general de la Nación, en una entrevista con diario El Universo. ¿Cómo interpretar esas palabras en el contexto de un país gobernado por una élite política que se jacta de que han quedado atrás la injusticia, la inequidad, el poder de pocos en perjuicio de muchos?
Calderón y Zurita llegan a esta conclusión: “Con su respuesta a El Universo, el Fiscal pintó un panorama duro de digerir para quienes creían hasta ese momento en el ejercicio ético del poder” (página 341).
Nada nuevo, en realidad: de lo que se ha visto, es lo mismo de siempre con envoltura distinta.
Lo más inquietante del libro, sin embargo, es el planteamiento que acompaña todo el texto como un eje paralelo: “Historia de una simulación”.
El periodista Arturo Torres, editor de Investigación de diario EL COMERCIO y autor del prólogo, lo explica así: “Es paradójico que a un año de haberse conocido los jugosos negocios del hermano del presidente con el Gobierno, no exista un solo sancionado por la violación flagrante de la Ley de Contratación. Es más, el principal protagonista, Fabricio Correa, ahora es un adalid de la lucha anticorrupción, invitado infaltable de algunos medios donde prima la noticia del día'” (pág. 11).
Es el planteamiento más estremecedor del libro y, por tanto, el valor más alto de la investigación: “' está en marcha una estrategia de doble simulación que ha llevado a Fabricio Correa de contratista sorprendido tras una cortina societaria a principal acusador y probable candidato presidencial”, mientras a Rafael Correa lo ha conducido a “simular una fiscalización que ha propiciado hasta hoy la impunidad de su “Hermano Mayor” y cuyas consecuencias son impredecibles para el futuro de la democracia y la libertad en el Ecuador”.

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